hoy vengo a traer luz a las naciones
Diciembre 24/2013
En medio de la convulsión del mundo;
en medio de un mundo desolado,
por la falta de amor;
en medio de la destrucción de los principios morales;
de la destrucción de la naturaleza,
de la destrucción de una civilización,
-puesta para amar-
en medio de la soledad de muchos corazones…
¡Hoy vengo a traer la luz a las naciones!,
Hoy vengo a nacer en este mundo;
donde ya no me conocen
como Señor y Salvador.
Hoy vengo a nacer espiritualmente,
en cada alma que se ha preparado conscientemente;
para recibir mi nacimiento,
nacimiento que traerá renovación en el espíritu.
Luz ante la oscuridad,
luz ante la ceguera espiritual;
luz encendida, para que brille.
Luz, la luz de luces,
para dirigir vuestros pasos;
luz, esa es la que he venido a traer.
«Yo soy la luz del mundo»,
¡Y la luz siempre prevalece ante la obscuridad!
Obscuridad que se ha querido extender en el mundo entero.
Luz no solo para que os alumbre,
la luz, hoy os la traigo nuevamente;
para que podáis discernir entre el bien y el mal.
¡Oh cuan equivocados mis niños, mis hijos están!
No pueden ver,
pues ya se han entregado a los placeres del mundo,
se han vuelto del mundo.
Se han dejado comprar por las apariencias;
apariencias de poder, de seducciones, falsos ídolos,
falsos profetas, falsas esperanzas, falsos conocimientos
con todo aquello… de la nueva era.
Oh mis pequeños,
¡qué confundidos están!,
cuando ven una Iglesia, que no muestra los principios morales.
Una Iglesia que también se ha dejado seducir por el poder, la mentira,
la pasión y el engaño.
Hoy mis niños,
¡ nazco!, para que en esta sociedad sin valores,
en esta sociedad, que no ha seguido mis preceptos … ¡se vea la luz!
Sí, la luz, es decir el amor,
el amor al hermano,
el amor a todo el que está a vuestro lado.
¡No, no todo está perdido!
Vosotros mis testigos, vosotros mis amigos, vosotros mis hermanos, vosotros mis sacerdotes;
vosotros quienes verdaderamente me aman y me ven en vuestro hermano;
Vosotros quienes oran día y noche, vosotros a quienes amo;
vosotros, sal de la tierra y luz de mundo;
vosotros quienes abriréis vuestro corazón, para que Yo nazca de nuevo;
vosotros quienes lleváis mi Palabra, como escudo de salvación;
vosotros quienes se visten con la oración;
vosotros, quienes hacéis brillar desde la tierra el firmamento,
-con las cuentas de mi Madre-;
vosotros a quienes he escogido, como los profetas de los últimos tiempos;
vosotros quienes usaran mi estandarte de la fe, la esperanza y la caridad.
¡Si, en vosotros posaré mi Espíritu!
Espíritu de verdad, Espíritu de paz, Espíritu de luz, Espíritu de discernimiento;
Espíritu de fortaleza, ante la tentación y destrucción;
Espíritu de vida eterna;
Espíritu que se entrelazará con mi Espíritu,
haciendo de los dos una sola comunión.
!Mi Espíritu!
Que os renovará y hará de vosotros odres nuevos, para amar.
Vasijas fuertes para luchar,
vasijas pulidas como el oro;
vasijas frágiles ante el dolor del hermano, para consolar;
vasijas obedientes ante el llamado del Maestro;
vasijas, purificadas y quemadas por el fuego.
Odres de carne y hueso
-como mi venida en un odre-
hecho por el amor de mi Padre,
para amar a su creatura,
a sus hijos,
a sus seres amados.
¡Eso somos!,
unas vasijas frágiles, para que se deposite el amor.
Pero vasijas fuertes ante toda tentación.
Vuestros espíritus se llenarán de mi gracia;
para que con ella,
vosotros podáis dar y llevar la luz a las naciones del mundo entero.
Nazco nuevamente en mis hijos que más amo;
mis hijos, que me toman nuevamente y que a diario renuevan mi existir.
Mis ungidos sacerdotes, que me aman;
mis hijos que se entregan al hermano;
mis hijos que no descansan, en busca del hermano, de la oveja que se ha perdido.
Nazco en vuestros corazones una vez más, para que me llevéis en todo vuestro existir:
cuando duermen, cuando callan, cuando hablan,
cuando proclaman, cuando van por el mundo predicando el evangelio;
cuando ven la soledad del hermano y la obscuridad del mundo, cuando ríen y cuando lloran.
En ellos deposito hoy mi amor, en ellos dejo plasmada mi luz,
para que ellos brillen y dejen ver mi luz
¡Oh amados míos!
Vosotros,
los que escucháis este mensaje
y no abrís las puertas de vuestros corazones,
para que Yo haga morada en vuestras habitaciones;
vosotros, que aún estáis confundidos:
Disponed, pues, vuestra alma para que Yo pase,
para que Yo entre, para que yo conviva con vosotros.
Mi misericordia, aún se extiende en medio de vosotros;
pero pronto se agotará, por la corrupción de vuestros hermanos
que viven el libertinaje y el pecado.
El pecado más horrible:
¡El aborto de cuántos angelitos inocentes, de mis niños más amados e inocentes!
¡Oh, cuánto dolor en mi corazón!
Por eso mi corazón sangra
y de mis llagas sigue brotando sangre para el perdón de vuestro pecado.
Revisaros, revisaros nuevamente.
Cuántos hombres, que no son hombres
y cuántas mujeres, que no son mujeres.
¿Hasta cuándo y hasta dónde llega vuestra perversión, por el pecado de las bajas pasiones?
¡Revisaros os digo!
Porque se aproxima la hora de vuestro encuentro, de mi llegada nuevamente
y dolor de vuestra alma, al verse en un mundo de obscuridad.
Despertad, despertad tú que duermes y escucháis mi Palabra.
!Es tanta la abominación en vuestra vida!
A los míos, ya los he escogido y brillarán como luces en el cielo.
¿Pero qué hay de vosotros?
Pobres, pobres de aquellos, que cuando llegue el amo,
¡los encuentre durmiendo y sin nada en sus alforjas!
Pobres de aquellos que han vendido su herencia a satanás;
pobres de aquellos que visitan brujos y adivinos
pobres de aquellos que no han permitido que Yo renazca en vuestros corazones,
por el vicio y el engaño;
¡para vosotros es el fuego del infierno!
Pasará todo os dije, cielo y tierra temblarán
y muchas naciones desparecerán por vuestro pecado.
Todo pasará, pero mis palabras no pasarán.
«Yo soy el alfa y el omega»
Cristo hoy, Cristo ayer, Cristo siempre.
La luz y la paz os dejo en vuestros corazones.
Id por el mundo y predicad el evangelio.
Perdonad los pecados; a quienes les perdonéis los pecados,
serán perdonados y a quienes los retengáis les serán retenidos.
Y para todo aquel, que tenga la vestidura blanca,
pura, renovada con mi Espíritu, para ellos es el reino de los cielos.
Recordad, no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos.
Necesitáis estar puros, con la pureza de los niños.
Mis amados la paz habite en vuestros corazones siempre, mi Paz os dejos mi paz os doy.
Mirad estoy a la puerta y llamo. ¡Os amo!
¡Tú sabes que te amo!
Sigue, sigue, sigue caminando los caminos que Yo te muestro.
Sigue, sígueme amando con un corazón dispuesto,
para amarme en tus hermanos.
Sigue, sígueme consolando ,
con vuestro corazón herido ante la indiferencia del otro.
Sigue, sigue predicando,
porque como profeta te he elegido.
Vuestras manos -en mis manos- bendecirán, sanarán, liberarán
y sentirán el dolor de la pasión,
la pasión que se dio por el amor a vuestro hermano.
¡Mi niña, cuánto te amo!
Muchos aún no entienden, ni comprenden,
la experiencia de tener un gran amor.
El amor divino,
que tengo por las almas que escojo y que me aman.
Por las almas que se tornan puras, para adorarme.
Las almas que brillan ante mi presencia
y se doblegan ante mi sagrario,
ante mi cuerpo, con mi sangre, con mi alma y divinidad.
A esas almas que reconocen mi existir
-desde que entran a mi sacro tabernáculo-
a estos, mis amados que se humillan ante mi Padre …
¡Oh, cuánto los amo!
En vosotros nazco completamente;
Para que vayáis con mi amor, con mi luz …
¡por las almas que aún no brillan!
Para que vayáis a llevar mi amor al pobre, al triste, al solo, al enfermo, al que ya desfallece,
a las viudas, a las madres solitarias, a los niños y los ancianos.
¡Yo hoy a vosotros os bendigo!
hoy a vosotros os unjo con mi Espíritu
hoy renacerán en mi Espíritu, pues han hecho de vuestra casa mi sagrario.
¡os amo, os amo os amo tanto!
Ve, y camina, ve y camina
¡ve!, que aún tenemos mucho que caminar
Hay muchas naciones que aún no me conocen y hay muchas almas por salvar.
Mis manos en tus manos,
para orar;
mis manos, en tus manos,
para amar;
mis manos en tus manos,
para bendecir;
mis manos en tus manos,
para atar y desatar;
mis manos en tus manos,
para llevar descanso;
mis manos en tus manos,
¡para demostrar cuanto os amo!
Mi pequeña, sigue caminando.
¡Os amo!
Tú amado,
Jesús de Nazaret
El mensaje a la luz de la palabra
«Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de él todos nuestros días.
Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz». (Lucas 1, 68 -79).
«Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño.
Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”». (Lucas 2, 4-11).
«Jesús les habló otra vez diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminara en la obscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”». (Juan 8,12).