La revelación y el espíritu santo
La Revelación
“Hablamos de estas cosas con las palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con las palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría. Así explicamos las cosas espirituales a los que no son espirituales” (1 Corintios 2,13)
A fin de que el lector entienda el concepto sobre la revelación pública y la revelación privada, leamos lo que dice el Papa emérito Benedicto XVI, aun siendo Cardenal, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
«Revelación Pública y Revelaciones Privadas» — su lugar teológico.
La doctrina de la Iglesia distingue entre la «Revelación Pública» y las «Revelaciones Privadas». Entre estas dos realidades hay una diferencia, no solo de grado, sino de esencia.
San Pio de Pietrecina
El término «Revelación Pública», designa la acción reveladora de Dios destinada a toda la humanidad, que ha encontrado su expresión literaria en las dos partes de la Biblia: El Antiguo y El Nuevo Testamento. Se llama «Revelación» porque en ella Dios se ha dado a conocer progresivamente a los hombres, hasta el punto de hacerse él mismo hombre; para atraer a sí y para reunir en sí a todo el mundo por medio del Hijo encarnado, Jesucristo. No se trata, pues, de comunicaciones intelectuales; sino de un proceso vital, en el cual Dios se acerca al hombre. Naturalmente en este proceso se manifiestan también contenidos que tienen que ver con la inteligencia y con la comprensión del misterio de Dios. El proceso atañe al hombre total y, por tanto, también a la razón, aunque no solo a ella; puesto que Dios es uno solo. También es única la historia que él comparte con la humanidad; vale para todos los tiempos y encuentra su cumplimiento con la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo.
En Cristo, Dios ha dicho todo, es decir; se ha manifestado así mismo y, por lo tanto, la revelación ha concluido con la realización del misterio de Cristo; que ha encontrado su expresión en el Nuevo Testamento. El Catecismo de la Iglesia Católica, para explicar este carácter definitivo y completo de la revelación, cita un texto de San Juan de la Cruz: «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra…; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra alguna o novedad». (n. 65, Subida al Monte Carmelo, 2, 22).
El hecho de que la única revelación de Dios dirigida a todos los pueblos se haya concluido con Cristo y en el testimonio sobre Él, recogido en los libros del Nuevo Testamento, vincula a la Iglesia con el acontecimiento único de la historia sagrada y de la palabra de la Biblia, que garantiza e interpreta este acontecimiento, pero no significa que la Iglesia ahora sólo pueda mirar al pasado y esté así condenada a una estéril repetición. El Catecismo de la Iglesia Católica dice a este respecto: «Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos». (n. 66).
Estos dos aspectos, el vínculo con el carácter único del acontecimiento y el progreso en su comprensión, están muy bien ilustrados en los discursos de despedida del Señor, cuando antes de partir les dice a los discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta … Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros». (Jn 16, 12-14).
Por una parte, el Espíritu es quien hace de guía y abre así las puertas a un conocimiento, del cual antes faltaba el presupuesto que permitiera acogerlo; es esta la amplitud y la profundidad nunca alcanzada de la fe cristiana. Por otra parte, este guiar es un «tomar» del tesoro de Jesucristo mismo, cuya profundidad inagotable se manifiesta en esta conducción por parte del Espíritu. A este respecto el Catecismo cita una palabra densa del Papa Gregorio Magno: «La comprensión de las palabras divinas crece con su reiterada lectura». (Catecismo de la Iglesia Católica, 94; Gregorio, In Ez 1, 7, 8).
El Concilio Vaticano II señala tres maneras esenciales en que se realiza la guía del Espíritu Santo en la Iglesia y, en consecuencia, el «crecimiento de la Palabra». Este se lleva a cabo a través de la meditación y del estudio por parte de los fieles, por medio del conocimiento profundo, que deriva de la experiencia espiritual y por medio de la predicación de los obispos, sucesores de los Apóstoles en el «carisma de la verdad». (Dei Verbum, 8).
En este contexto es posible entender correctamente el concepto de “Revelación Privada”, que se refiere a todas las visiones y revelaciones que tienen lugar una vez terminado El Nuevo Testamento; es esta la categoría dentro de la cual debemos colocar el mensaje de Fátima. Escuchemos aún a este respecto, antes de nada, el Catecismo de la Iglesia Católica: «A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “Privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia… Su función no es la de… “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia». (n.67).
Se deben aclarar dos cosas:
Santa Brigida de Suecia.
1. La autoridad de las Revelaciones Privadas es esencialmente diversa de la única Revelación Pública: esta exige nuestra fe; en efecto, en ella, a través de palabras humanas y de la mediación de la comunidad viviente de la Iglesia, Dios mismo nos habla. La fe en Dios y en su Palabra se distingue de cualquier otra fe, confianza u opinión humana. La certeza de que Dios habla me da la seguridad de que encuentro la verdad misma y, de ese modo, una certeza que no puede darse en ninguna otra forma humana de conocimiento. Es la certeza sobre la cual edifico mi vida y a la cual me confío al morir.
2. La revelación privada es una ayuda para la fe, y se manifiesta como creíble precisamente porque remite a la única revelación pública. El Cardenal Próspero Lambertini, Papa emérito Benedicto XIV, dice al respecto en su clásico tratado, que después llegó a ser normativo para las beatificaciones y canonizaciones: «No se debe un asentimiento de fe católica a revelaciones aprobadas en tal modo; no es ni tan siquiera posible. Estas revelaciones exigen más bien un asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, que nos las presenta como probables y piadosamente creíbles».
El teólogo flamenco E. Dhanis, eminente conocedor de esta materia afirma sintéticamente que la aprobación eclesiástica de una Revelación Privada contiene tres elementos: el mensaje en cuestión no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres; es lícito hacerlo público, y los fieles están autorizados a darle en forma prudente su adhesión (E. Dhanis, Sguardo su Fatima e bilancio di una discussione, en: La Civiltà Cattolica104, 1953, II. 392-406, en particular 397). Un mensaje así puede ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el momento presente; por eso no se debe descartar. Es una ayuda que se ofrece, pero no es obligatorio hacer uso de esta.
El criterio de verdad y de valor de una Revelación Privada es, pues, su orientación . Cuando ella nos aleja de Él, cuando se hace autónoma o, más aún, cuando se hace pasar como otro y mejor designio de salvación -más importante que el Evangelio- entonces no viene ciertamente del Espíritu Santo, que nos guía hacia el interior del Evangelio y no fuera del mismo. Esto no excluye que dicha revelación privada acentúe nuevos aspectos, suscite nuevas formas de piedad o profundice y extienda las antiguas. Pero, en cualquier caso, en todo esto debe tratarse de un apoyo para la fe, la esperanza y la caridad, que son el camino permanente de salvación para todos.
Podemos añadir que a menudo las Revelaciones Privadas provienen sobre todo de la piedad popular y se apoyan en ella, le dan nuevos impulsos y abren para ella nuevas formas. Eso no excluye que tengan efectos incluso sobre la liturgia, como por ejemplo muestran las fiestas del Corpus Domini y del Sagrado Corazón de Jesús. Desde un cierto punto de vista, en la relación entre liturgia y piedad popular se refleja la relación entre Revelación y Revelaciones Privadas: la liturgia es el criterio, la forma vital de la Iglesia en su conjunto, alimentada directamente por el Evangelio. La religiosidad popular significa que la fe está arraigada en el corazón de todos los pueblos, de modo que se introduce en la esfera de lo cotidiano. La religiosidad popular es la primera y fundamental forma de «inculturación» de la fe, que debe dejarse orientar y guiar continuamente por las indicaciones de la liturgia, pero que a su vez fecunda la fe a partir del corazón.
Hemos pasado así de las precisiones más bien negativas, que eran necesarias, antes de nada, a la determinación positiva de las revelaciones privadas: ¿Cómo se pueden clasificar de modo correcto a partir de la Sagrada Escritura? ¿Cuál es su categoría teológica? La carta más antigua de San Pablo que nos ha sido conservada, tal vez el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, la Primera Carta a los Tesalonicenses, me parece que ofrece una indicación. El Apóstol dice en ella: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinad cada cosa y quedaos con lo que es bueno». (5, 19-21).
En todas las épocas se le ha dado a la Iglesia el carisma de la profecía, que debe ser examinado, pero que tampoco puede ser despreciado. A este respecto, es necesario tener presente que la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir predecir el futuro, sino explicar la voluntad de Dios para el presente, lo cual muestra el recto camino hacia el futuro. El que predice el futuro se encuentra con la curiosidad de la razón, que desea apartar el velo del porvenir; el profeta ayuda a la ceguera de la voluntad y del pensamiento y aclara la voluntad de Dios como exigencia e indicación para el presente. La importancia de la predicción del futuro en este caso es secundaria. Lo esencial es la actualización de la única revelación, que me afecta profundamente: la palabra profética es advertencia o también consuelo o las dos cosas a la vez.
En este sentido, se puede relacionar el carisma de la profecía con la categoría de los «signos de los tiempos», que ha sido subrayada por el Vaticano II: «…sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12, 56).
En esta parábola de Jesús por «signos de los tiempos» debe entenderse su propio camino, el mismo Jesús. Interpretar los signos de los tiempos a la luz de la fe significa reconocer la presencia de Cristo en todos los tiempos.
En las revelaciones privadas reconocidas por la Iglesia —y por tanto también en Fátima— se trata de esto: ayudarnos a comprender los signos de los tiempos y a encontrar la justa respuesta desde la fe ante ellos” 1.Joshep Cardenal. Prefecto de la Congregacion Para la Doctrina de la Fe. Fuente www.vatican.va
Está Autorizada la distribución y lectura por los Fieles de las publicaciones acerca de revelaciones privadas.
A partir de la anulación de los Cánones 1,399 y 2318 del antiguo Código canónico está autorizado, sin permiso expreso de la Iglesia, y siempre que no contenga nada contrario a la fe y la moral, la distribución y la lectura por los fieles de las publicaciones acerca de nuevas apariciones, revelaciones, profecías, milagros, etc. Esto significa que no es necesario el imprimátur para distribuir información sobre nuevas apariciones no aprobadas aún por la Iglesia. En Lumen Gentium, Vaticano II, capítulo 12, los Padres del Concilio recomiendan a los fieles mantenerse receptivos y atentos a los medios utilizados por el Espíritu Santo para continuar guiando a la Iglesia, incluyendo el medio de la Revelación Privada. Nos dice: «… Tales dones de gracia, ya sean de especial esclarecimiento o diseminados de manera más sencilla y general, deben aceptarse con gratitud y consuelo, puesto que son especialmente adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia».
Dejando en claro lo concerniente a la Revelación y en obediencia al primer mensaje recibido. «Déjame ser, deja que mis hijos conozcan mi Espíritu». Es necesario hablar de la tercera persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo. Autor de la revelación.
«Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga El, el espíritu de la verdad os guiara hasta la verdad completa, pues no hablara por su cuenta…El, me dará gloria, porqué recibirá de lo mío y os anunciara a vosotros» (Juan 16, 12- 14).
«No apaguéis el Espíritu, no desprecies las profecías, examinad cada cosa y quedaos con lo que es bueno» (1 Tesalonicenses 5, 19-22)